La Orden agustiniana puede ser presentada de muy diversas maneras. Se puede hablar de su caracter peculiar, de su historia, de su mision, de su carisma… Pero ante todo y sobre todo la Orden esta constituida por personas, hombres y mujeres, que, dicho con palabras de la Regla que profesamos, “viven juntos en concordia, teniendo un solo corazon y una sola alma hacia Dios”. Somos cristianos que, cautivados por el ejemplo y la doctrina de San Agustin, caminamos juntos, al tiempo que construimos nuestra propia casa y servimos al Pueblo de Dios.
San Agustín, miembro eminente del cuerpo de Señor, en compañía de unos amigos, instituyó un tipo de vida religiosa inspirado en la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén, primero en Tagaste, todavía laico, luego en Hipona, ya presbítero, y después siendo obispo, según la regla establecida por los santos Apóstoles. Este ideal de los siervos de Dios, constituido por ciencia, continencia y auténtica pobreza, proliferó especialmente por el norte de África, donde muchos Hermanos fueron llamados a desempeñar el ministerio pastoral en las comunidades cristianas. La formulación de este proyecto de vida, que él mismo experimentó, es conocida a través de sus escritos – sobre todo la Regla para los siervos de Dios -, en los que trata ampliamente de la vida monástica. Por eso nuestra Orden lo reconoce desde sus inicios como padre, maestro y guía espiritual, ya que de él recibe su Regla, nombre, doctrina y espiritualidad. [Las Constituciones de la Orden 2008, n. 2]
En el siglo XIII, por las necesidades de aquella época, la Sede Apostólica favoreció activa y diligentemente el nacimiento de la Órdenes Mendicantes. Entre otras cosas, el Papa Inocencio IV, teniendo como fundamento la Regla de san Agustín, estableció unas normas según las cuales se pudieran unir y gobernar ciertos grupos de ermitaños que habitaban en la Toscana. De aquí surgió jurídicamente la Orden de Ermitaños de San Agustín, en el mes de marzo del año 1244. Este primer núcleo creció y se consolidó con la agregación de otros grupos semejantes, que se fundieron en la Gran Unión, promovida por el Papa Alejandro IV, el 9 de abril de 1256. La atención que la Sede Apostólica dispensó a la Orden en su nacimiento marcó clarísimamente su actividad, en cuanto se consideró destinada al servicio de la Iglesia universal. [Las Constituciones de la Orden 2008, n. 3]